Una vocecita se
oye por los pasillos de un geriátrico porteño. Es la de Elisabeth Mary Shine de
Arlt, que le canta a su compañera de habitación la opereta Mikado. Sin embargo,
la posibilidad de una entrevista le divierte más. En cuanto llega esta cronista,
ella corta en seco la lírica, pide que no haya fotos porque no le avisamos con
tiempo para arreglarse y con una energía que desdice sus noventa y pico se
apronta a recordar cómo fue su matrimonio con el escritor Roberto Arlt, de cuyo
fallecimiento se cumplirán, en julio, 63 años. Y lo hace con una sinceridad que
derrite.
"No era
buenmozo. Era archibuenmozo. Pero, además, me gustó porque yo no soy de las que
se fijan en la ropa. En lo prolijo, te diré que era completamente desprolijo.
¡Se compraba un traje e inmediatamente había que mandarlo a la
tintorería!", se queja con simpatía la viuda del autor de El juguete
rabioso y Los siete locos.
Pregunta si la
entrevista será publicada por escrito. "Entonces tené cuidado, que soy
Elisabeth con s, no con z. Se equivocaron en el Registro Civil", dice. Y
como su compañera empieza a mostrar interés en nuestra charla, pide que le
empujemos la silla de ruedas a algún lugar más tranquilo para hablar.
No va a resultar
una tarea fácil. El ascensor es angosto y el camino complicado para alguien con
poca práctica en rampas, subidas y bajadas, pero Elisabeth no es exactamente lo
que sus antepasados irlandeses hubiesen llamado una shrinking violet (o tímida
florcita) al dirigir su traslado. Después de un par de órdenes precisas,
estamos en la sala de estar del geriátrico, buscando privacidad tras un arbusto
enmacetado, pero a los pocos minutos, como actividad recreativa, las enfermeras
ponen a todo volumen canciones patrias en los altavoces para ver quién las
recuerda.
"Esto es un
loquero. ¿No podés volver otro día?", se enoja. Le explico que vivo en el
exterior y Elisabeth no juega a hacerse la difícil: "Dale, preguntá nomás,
entonces", dice, forzando la voz por sobre el Himno a Sarmiento. A lo
largo de toda la Marcha de San Lorenzo, sin embargo, le tengo que contar sobre
la vida cotidiana en Estados Unidos y en Europa, que le resulta fascinante.
Sobre todo, quiere saber cómo es que los jóvenes se conocen en las grandes
ciudades del Primer Mundo. Y haciendo oídos sordos a Aurora, a cambio cuenta
cómo conoció ella a su célebre marido.
"Los dos trabajábamos
en la empresa editorial Haynes: yo en el primer piso como secretaria de León
Bouché, que era el director de la revista El Hogar, y él en el segundo, en el
diario El Mundo. Pero como traía cuentos para publicar en la revista,
conversábamos de vez en cuando. Un sábado de 1939 se tomó un vermú para darse
coraje, me abordó a la salida del trabajo y me acompañó a la casa de mi madre.
Al día siguiente fuimos a pasear y me dijo que estaba enamorado de mí, que
estaba separado de su esposa y que, si no hubiese sido domingo, hubiera ido
allí mismo a hablar con su abogado para pedir el divorcio. Pero poco después su
mujer falleció", resume con precisión bien anglo.
¿Fue amor a primera vista?
¡Claro! Era buenmozo e inteligente. Hubiese sido muy difícil encontrar un
hombre, no digo igual a él, sino aunque sea parecido a él. Yo tenía muchos
compañeros en la editorial, y cuando entré a trabajar, a los 19 años, era la
única mujer. Así que imaginate que oportunidades de cambiarlo tuve. Pero no
acepté ninguna porque ninguno se parecía a él. Era muy original.
Entre los
pretendientes anteriores a Arlt incluso cuenta que había un fotógrafo japonés
de apellido Kodama, que cuando ella salía de la editorial le preguntaba
"¿compana?", lo cual quería decir si le importaba que la
acompañara a su casa. Ella se dejaba acompañar en el tranvía, pero cuando él
(el padre de María, según Elisabeth) le ofreció matrimonio, ella lo rechazó.
"Es decir, concluye, que si no fuera por mí,
María Kodama no existiría."
A escondidas
Con Arlt, de
cualquier manera, debió mantener en secreto su casamiento (concretado un 25 de
mayo de 1940 en Pando, Uruguay, adonde se escaparon durante ese feriado). El
motivo del secreto fue que Bouché, al enterarse de que Elisabeth salía con
Roberto Arlt, la amenazó con echarla si se casaban, porque él quería una
secretaria soltera y no le gustaba que alguien que conociera sus secretos se
vinculara a un periodista tan temido. "Si a mí me echaban, lo que quedaba
del sueldo de Roberto no nos iba a alcanzar para vivir, así que no dijimos
nada. Él tenía un buen ingreso, pero no se sabía administrar. Tenía plata un
día y el día siguiente estaba sin un cobre. Además, la hija, Mirta, se
encargaba de venir a sacarle una mensualidad, y eso que era casada, luego
separada. Bueno, eso es asunto de ella, pero podía perfectamente arreglarse sin
su padre", señala.
Elisabeth, que
tuvo con Arlt un hijo varón, Robertito, a quien su padre no llegó a conocer,
dice que lo único que lamenta de su vida de aventuras con el dramaturgo es que
no hayan podido tener una verdadera casa. "No es lo mismo tener un hogar,
aunque sea un departamento de un ambiente, que vivir en una pensión donde todo
es compartido. Nosotros vivíamos en pensiones de categoría, no en conventillos,
y la gente no se mezclaba en los asuntos de los otros, pero la sensación era
que no estabas enteramente en lo tuyo, que hasta el aire era compartido."
¿Y Arlt podía
trabajar sin privacidad?
Él se encerraba en la
habitación para escribir con mi máquina y listo. Yo tenía una máquina de
escribir de segunda mano comprada con mi primer sueldo. Estaba vieja e iba a
ser vendida en la editorial, así que pedí que me la reservaran y la compré,
pero el que la usó fue mi marido. A él no le hacía falta anotar nada a mano
antes porque lo tenía todo en la cabeza, iba juntando ideas todo el día. Por
eso lo que más le gustaba era andar de un lugar para el otro conmigo. Me
llamaba y me decía "vamos a salir a vagabundear". A mí me divertía
por las observaciones que hacía, siempre tenía un comentario para todo lo que
veíamos o encontrábamos. Una sola vez se quedó callado. Nos dijeron que éramos
una pareja fea porque él era alto y yo no, y no supo qué contestar. Pero fue la
única vez.
¿Se veían con
gente del ambiente literario? ¿Cuál era la relación de Arlt con Borges, por
ejemplo?
Mi marido era
amigo de Leónidas Barletta, del Teatro del Pueblo, que hizo conocer sus obras
al llevarlas al teatro. Pero mi marido no se ocupaba para nada de Borges ni de
ningún otro. Él sólo estaba para él y su teatro.
Y para unas
medias, ¿verdad? Porque su marido, a la par de escribir, trabajaba en el
invento de unas medias femeninas reforzadas con el que esperaba hacerse
millonario.
Él encomendaba su
porvenir a las medias. A la mañana trabajaba en el asunto de las medias;
almorzábamos a las apuradas, por el asunto medias; a la tarde, todo el tiempo
que podía lo robaba para el asunto medias. Yo quería ponerme una media al
cuello y ahorcarme. Le decía que por qué no escribía más y punto, que para qué
gastaba su tiempo con este asunto de las medias. Una vez me embadurnó toda la
habitación con la goma plástica que utilizaba y yo tuve que ir a trabajar con
mi ropa limpia, pero manchada con el látex. Hasta el hombre que le vendía el
látex le decía que se dedicase a escribir, pero él estaba obsesionado. Un día
le apareció otra obsesión: escribir sobre la Atlántida. Y yo pensé: por fin se
acabó el asunto medias. Pero no fue así, porque lo sorprendió la muerte.
¿Y cuál es su
obra preferida de Arlt?
A mí la que más
me atrajo fue El amor brujo, una página o dos me parecieron preciosas. Pero no
leí toda su obra durante su vida, porque algunas cosas él me pidió que no
leyera, porque trataban de otro amor. Él pensaba que eso me iba a poner triste,
pero para mí, con ser la última mujer de su vida me bastaba. Él había estado
casado y tenía una hija casada, yo no podía pretender ser la única mujer en su
vida. Respeté su deseo mientras vivió, pero a la muerte leí todos sus libros.
Me parecieron excelentes, y en vez de tristeza, aun cuando no hablaran de mí,
siempre me trajeron la alegría de haberlo tenido, aunque sea, por unos años de
mi vida.
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De LA NACIÓN, 29/05/2005
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