Volver a los
libros que acompañaron, más que un recurso de consuelo en épocas duras, una
prueba desesperada de fidelidad, es también la exploración de cauces cuyas
marcas se fueron perdiendo.
Entre la formación y los primeros sufrimientos, el talismán de silencio y amistad que ofrecía palabras, mostraba algo del mundo, la realidad, los sueños, que no ofrecían los días, ásperos o benignos, llevándonos a orillas desconocidas, o barrancos imprevistos.
Entre la formación y los primeros sufrimientos, el talismán de silencio y amistad que ofrecía palabras, mostraba algo del mundo, la realidad, los sueños, que no ofrecían los días, ásperos o benignos, llevándonos a orillas desconocidas, o barrancos imprevistos.
Las primeras
lecturas llegaron por los oídos, en el susurro de la voz de mi madre entre el
oleaje nocturno con sirenas soñadoras, y ella que leía sin cansancio a Wilde,
Neruda, Hernández, algunos ritornelos. Yo cerraba los ojos.
Después los abrí.
Me quedé sin lectora. No para siempre. Madre sabe sus maneras de soplarme. De
no asustarme con los fantasmas de Wilde y de reírse con Platero y yo.
Entonces, el
silencio de la lectura con los ojos abiertos y el bullicio interior de ese
diálogo donde uno pregunta y el texto insiste en esa su letra que cada lector
vivifica a su manera.
La lectura de
ojos propios construye compañías. Un espacio distinto al confesionario de la
infancia. Ahora se funda un bar propio. Comienza el lector a entender que
apuntala un territorio, una nación sin pasaportes, donde reconoce la libertad y
fortalece su intimidad.
Así, cuento un
acercamiento para mostrar aquel escalón, o traspatio de la vida, que estaba
guarecido en su tiempo intocable. Poder devolver pasos o avanzarlos hasta que
abrí Caballería Roja de Isaak Babel. El corresponsal de la guerra rusa que
desfondó sus informes de periodista para revelar verdades, noblezas y miserias
de los seres humanos matándose por ideas que no han estudiado, no conocen.
Al acudir al
encuentro con Babel, ese buen escritor me recordó a Malevich, el pintor. Vuelve
uno a pensar si ese portentoso proyecto de cambiar a una sociedad mediante la
revolución, que siguen llamando la partera de la historia, era posible. Todos
observamos que el antiguo espíritu religioso permanece. Lo sagrado que debemos
reflexionar y cuyo infinito nada que ver con dogmas precarios de peluquero de
Coello.
Malevich, el
artista del esfuerzo por mantener la libertad del arte, tiene un cuadro
precioso que tituló Caballería roja.
Saldrá del Baúl,
en la próxima.
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De BAÚL DE MAGO
(columna del autor en EL UNIVERSAL), 08/02/2018
Imagen:
Caballería roja/Kazimir Malevich
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