NICOLÁS GARCÍA RECOARO
Ana Chen está
nerviosa. ¿Y cómo no estarlo? Ya son más de las 5 de la tarde y aún no hay
noticias de los dragones en la Plaza de los Parques Nacionales Argentinos,
abarrotada nueva sede de los festejos del Año Nuevo Chino en Buenos Aires. Tan
lejos, tan cerca del histórico China Town porteño, en el corazón de
Belgrano.
Como toda gran
anfitriona, la presidenta de Phoenix Dorada Media Company –empresa de capitales
asiáticos responsable del ágape– cuida con esmero los pequeños grandes detalles
que cobija la celebración máxima de la colectividad. Desde el estrictísimo
protocolo en la recepción de las delegaciones diplomáticas hasta la grilla de
horarios en que cientos de artistas saldrán al fastuoso escenario montado en el
predio. Sin olvidar, por supuesto, a los demorados lanzallamas. "Piense
que este es el Año Nuevo Chino con más convocatoria en América Latina.
¿Imagínese si fallan los dragones?", se estremece la señora Chen, al
tiempo que cultiva la paciencia zen.
Pocos minutos
después, cuatro coloridos dragones de tela y una jauría de atléticos domadores
hacen su ingreso triunfal en la trastienda. Entonces, a la señora Chen le
vuelve el alma al cuerpo: "Es que queremos que salga todo perfecto, como
cuando uno hace fiesta en su casa, para la familia. Aunque no sé cómo metería
20 mil parientes en mi departamento", bromea la dama llegada a Ezeiza hace
exactos 26 años. Antes de seguir con sus tareas, Chen afirma que no le
sorprende el éxito de la convocatoria: se esperan más de 60 mil asistentes en
los dos días de festividad. Lo conecta con la franca integración entre porteños
y migrantes: "Al principio había muchos prejuicios, porque los argentinos
no conocían nuestra cultura. Pero ahora nos sentimos unidos, somos un
todo". Para el naciente 4716, deja sus deseos: "Es el Año del Perro
de Tierra. Imagino a un perro de campo, que corre a toda velocidad. Va a traer
mucha riqueza para todo el pueblo argentino". Será cuestión de frenar al
canino en su generosa carrera.
Cuentos chinos
Había una vez una
joven llamada Ángela, que un día de 1999 dejó atrás las penurias económicas de
su natal Fujian y cruzó el océano para hacerse la América: "Vine del sur
de China, del campo. Necesitaba una oportunidad". La encontró en el Once,
en el supermercado de unos paisanos. Entre las góndolas, conoció los secretos
del comercio. También al padre de sus tres hijas. Génesis, la más pequeña, se
maquilla como una muñequita de la dinastía Tang antes de subir a escena.
Bailará la antiquísima danza agrícola "Sacando champiñones".
De los viejos
años nuevos en el lejano oriente nunca pudo borrar de su memoria la postal
familiar, unida en la limpieza energética del hogar, para dejar atrás las malas
ondas: "Acá limpio todos los días, obvio", guiña un ojo la muchacha.
Para el gran banquete del 16 de febrero –fecha precisa en que inicia el nuevo
ciclo del calendario lunar–, Ángela no se deja ganar por la nostalgia y el
paladar de su pago: "Una buena parrillada, nada de arroz, y no puede
faltar el pescado". En chino, "pescado" es una palabra que suena
igual que "abundancia".
En las decenas de
puestos diseminados en la plaza se pueden degustar manjares de la gastronomía
oriental: insulsos arrolladitos primavera, potentes shui jiao (ravioles con
carne de cerdo), cosmopolitas rolls de sushi y largos fideos, casi
interminables. También hay mil y un productos manufacturados que inundan hace
décadas el bazar global: abanicos, alcancías, héroes del manga, gatitos
saludadores y otras chucherías. Todos con el sello Made in China.
Luciano es uno de
los 200 mil chinos que habitan suelo argentino. Viene de una familia de
marineros que solían ganarse el pan pescando en el Mar de la China Meridional.
Ahora pesca auspiciantes para una publicación de la colectividad. Tiene 23 años
y un look súper cuidado, con un aire a medio camino entre el actor Jet Li y el
rapero coreano Psy. "Dos días de festejo es muy poco, en China dura dos
semanas –explica y se calza sus Ray Ban de dudosa originalidad–. No sé si los
argentinos tienen tanto aguante".
Martín Hsu está a
cargo de la filmación del pantagruélico evento. Es hijo de migrantes taiwaneses
y un secreto a voces del novísimo cine nacional. Su ópera prima La Salada puso
en escena el carácter muticultural –no confundir con intercultural– de la
identidad argentina. Un brillante relato coral que narra grandes historias
mínimas de un grupo de inmigrantes, en este bendito país de inmigrantes.
"El Año Nuevo es un momento que reúne a las familias. Mi madre ahora está
en Taiwán, voy a llamarla el 15 para saludar".
Sobre el Perro de
Tierra que se acerca, Hsu deja de lado los vaticinios: "Los chinos son muy
supersticiosos. A mí me divierte un poco lo del horóscopo. Pero si el Perro me
ayuda a terminar el documental que estoy filmando… bienvenido sea".
Argenchinos
Para el brindis,
olvídese de la burbujeante copa de champán. El Año Nuevo Chino ofrece otras
variantes, como las delicadas tacitas de té. En su puesto, el doctor Luis Alcán
Cañete, director de la Sociedad Tea Style, da clases magistrales sobre los 2727
años de historia que comparten el pueblo chino y la planta milagrosa. Sus
conocimientos también abarcan el arte de la porcelana: "Piense que los
occidentales tardaron más de un siglo en alcanzar la fórmula de la pasta dura.
Mire esta obra de arte", dice y luego exhibe una diminuta tetera, digna
pieza de museo.
Sobre el
escenario, los alumnos de la Escuela Shaolin Argentina empiezan el año a las
patadas. Daniel Vega y su señora Yamila Melillo son los sensei del pelotón de
guerreros criollos. La pareja ha consagrado su vida a la práctica del kung fu
shaoling. Incluso pudieron visitar la meca de la disciplina, en la provincia de
Henan. Forman parte de un linaje de monjes luchadores que data del siglo XIII.
Las piruetas que ensayan sobre las tablas dan fe de sus altos títulos: "Se
va el Año del Gallo de Fuego, que tuvo una energía peleadora. El Perro es más
tranquilo –advierten–. Igual, como buenos guerreros, siempre hay que estar
atentos, con los sentidos bien despiertos".
El desfile de los
dragones marca el punto más alto de la jornada. Los muchachos de la Asociación
Lung Chuan lo saben de memoria. Llevan una década participando: "No somos
de la colectividad, y por eso al principio tuvimos que ganarnos el espacio. ¿La
receta? Mentalidad china, pura paciencia", asevera Germán Bermúdez,
coordinador de los 70 danzarines, ocho leones y cuatro dragones que integran el
staff. Listo para salir al ruedo, Bermúdez apunta: "Somos los que traemos
la alegría, la energía para empezar el año con todo, bien arriba". Luego,
con sus colegas elevan el dragón de tela y se pierden en la multitud. En
un pogo milenario. «
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De TIEMPO ARGENTINO, 17/02/2018
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