A Rodríguez le
gusta guardar cadáveres debajo de su cama, que le lleguen cartas anunciándole
que la muerte en cualquier momento le corta la yugular.
Recuerdo sus ojos
de resorte contándome cómo fusilaban a los malos en la antigua cárcel de
Valparaíso, cómo quedaban incrustadas las balas en los ladrillos de la muralla.
En esa bella
obsesión, Rodríguez se hizo de un puñado de personajes, recortó pedazos de
historias y se sentó diez largos años en bibliotecas, wáteres, mesas ajenas,
pensiones, buses, camas viejas, noches y en pasillos de pasos perdidos armando
una historia que le quitaba el sueño y que se apropió de él como un demonio
feroz: el asesinato del periodista Luis Mesa Bell.
A este militante de
la Nueva Acción Pública había que cerrarle el pico. Ello de los señores a
quienes les incomoda que les escupan en la cara sus yayas, no es propio de
estos tiempos neoliberales y de monstruomercados, ya sucedía en los años 30.
Allí también se
torturaba, se pasaba hambre, las putas consolaban a los hombres solos y en una
máquina de escribir, un hombre estampaba cuadros de lo que afuera sucedía. Una
máquina de escribir que más bien parecía una ametralladora, una bomba de
racimo.
En “Carrascal Boca
Abajo” el asesinato del jovencito de la película es el punto de fuga para que
el autor muestre una radiografía de época. Y lo hace no solamente novelando
hechos reales acontecidos en un Chile destartalado, sino además y sobre todo
también a partir de los personajes en estas páginas inmortalizados.
Cada uno de ellos
es el protagonista de Carrascal. Si el vino de esa noche no me juega una mala
pasada, en el lanzamiento de su libro Rodríguez según entendí aquí rescata a
unos 200 personajes… Ardua labor que le valió hasta los regaños de su hija por
trabajar hasta altas horas de la madrugada fecundando el libro, poniendo en
riesgo su salud de abuelo del rock.
Para quienes
también tenemos graves problemas mentales relacionados con la obsesión, este
libro construye bellos pasajes de época. A ratos uno mete cabeza y cuerpo
entero en las páginas perdiéndose en tiempos en blanco y negro, como si fuera
una película muda, una foto vieja. Pareciéramos estar en burdeles de chicas
rechonchitas sentadas en nuestras piernas o leyendo los artículos de una
oficina chica repleta de papeles y diarios que devolvieron los suplementeros.
En su libro,
Rodríguez probablemente no lo planeó, pero da rienda suelta a todos sus gustos,
a todo lo que admira y ha hecho parte de su vida: los personajes enormes, los
fotogramas de películas, las publicaciones antiguas, las muñecas de porcelana,
los hechos que se detuvieron en el tiempo para siempre.
Uno que conoce a
Rodríguez, lo reconoce atrás de las líneas que componen este libro, uno de los
mejores editados el 2017.
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